jueves, 28 de enero de 2016

Segunda opinión, relato.

Segunda opinión.

Dedicado a Cloud_KFantasma.
Espero que esté bien, a dónde quiera que se haya ido.

(Relato alguna vez publicado en alguna edición de la Revista Zona Fantasma que no pretendo recordar)

—Tan...cruel —sollozó frente al computador, con las pupilas acuosas y dilatadas, en las comisuras de sus ojos las lágrimas amenazaban por caer y con un puchero en sus labios, ofrecía una expresión que conmovería cualquiera.

Sí, a cualquiera, a cualquiera menos a la persona causante de semejante tristeza. Abraham, o "Bram" —apodado así por Liz— era un chico de trece años, con el firme deseo de seguir los pasos de la persona que más admiraba: convertirse en un reconocido escritor. Cosa que se le estaba dificultando, pues al parecer, seguir ese camino no parecía tan fácil, sobre todo considerando las constantes críticas negativas que recibía cada vez que enviaba sus historias a alguna revista.

—¡¿Otra vez?! ¡¿Cuántas van con ésta?!... ¡¿26 mil?! —exclamó una vocecita furiosa.

—¡No seas exagerado! —le reprochó una segunda vocecita—. ¡Apenas es la sexta! —En una espléndida imitación del genio saliendo de una lámpara mágica, dos pequeñas figurillas aparecieron. Cada una se colocó en su respectivo hombro. El pre-adolescente ni se inmutó, ya estaba acostumbrado a ello. Las pequeñas criaturas eran idénticas al chico, en una especie de versión miniatura de él. El ser ubicado en el hombro derecho, tenía una expresión tranquila y mirada noble; el ser del hombro izquierdo, al contrario del otro, mantenía una expresión de enojo y en su mirada irradiaba malicia.

Como era de esperar, venían dispuestos a levantarle el ánimo y eso significaba una sola cosa: Problemas.

—No te preocupes Bram, un colega mío es la conciencia de un terrorista —De forma inesperada, uno de los pequeños desplegó un plano sobre el teclado, sorprendiendo a Bram y al otro pequeño que estaba en el hombro derecho.

El chico y el segundo ente, cuestionaron al mismo tiempo:
—¡¿Qué es eso?! —Ignorándolos a ambos, el diminuto personaje prosiguió.

—Igualmente conozco a un buen hacker, de seguro él puede localizar al idiota que tuvo la osadía de criticar tu historia —acarició sus manos con una macabra expresión, luego, señaló un punto rojo en el plano—. Un par de bombas en su casa y, ¡no quedará ni rastro de esa basura! —tras esta declaración, el compacto y malvado ser comenzó a reír al más puro estilo de un villano de televisión.

—¡Con violencia no resuelves nada, desalmado! —le gritó el pigmeo del hombro diestro.
—Cierto —se mostró de acuerdo—, pero ¿sabes qué?
—¿Qué?

—Me haría sentir mucho mejor —respondió con cinismo, mostrando una escalofriante sonrisa— y también a Bram, ¿no es cierto? —lo jaló insistentemente de sus ropas, demandando atención, cambiando la expresión de su rostro, normalmente maliciosa, a una —convenientemente— mucho más suave y tierna.

 —...¿Eh? pues yo... —vaciló ante esa "inocente" cara. De nueva cuenta, su concupiscible conciencia lo tentaba de formas que lo hacían débil cuando debía ser firme y resistente—, tal vez —musitó, nervioso.

—¡Bram! —le reprendió el angelical pequeñín, logrando que este último, muy avergonzado, inclinara la cabeza. Afortunadamente su “otro yo” noble le hacía ver su error y, como siempre, él aceptaba la culpa. Solo había un lugar  donde su inmoral y lujurioso “yo” sacaba esas ideas tan disparatadas: Su propia mente. Al fin y al cabo de ahí provenían sus dos "Conciencias".

—¡Que Chaos tenga piedad de tus deshonestos y pecaminosos actos! ¡Corrompedor de almas!

—¡Ese es mi trabajo idiota! —refutó. Sacó la lengua y volteó el rostro en dirección opuesta a su gemelo.

—No tienes remedio —negó la cabeza con resignación.

—No le hagas caso Bram, debes tomar las críticas de buena manera, la persona que lo escribió, lo hace con el único afán de que ayudarte, ¡alégrate!, ¡se tomó tantas molestias para señalarte en que debes mejorar! —trató de animarle, mientras el chico seguía deprimido.

—Pero... es tan cruel —comentó, entristecido. Su mirada se perdió entre los tablones de madera que cubrían la pared. Aquella crítica era incluso más filosa que las de su padre.

La impresora comenzó a moverse, rompiendo el silencio que se había formado en el estudio.

—¿Qué haces Bram? —preguntaron en coro las conciencias del chico.

La impresora terminó de imprimir, a continuación Bram, tomó la hoja y la levantó, se dispuso a leer con cuidado todas y cada una de las observaciones hacia su historia.

—Tal vez tengas razón... tal vez sólo debo aceptar la crítica —murmuró, un poco decaído.

—¡Protesto su señoría! —replicó la conciencia malvada, totalmente en desacuerdo.

—No estamos en un juzgado —le calló la benévola conciencia. El chico hizo un largo suspiro de resignación.

—A este paso, nunca seré como esa persona —sollozó, por segunda ocasión.

—¿Cómo quien...? —interrumpió una dulce voz.

Bram, junto con sus conciencias, abrieron los ojos de golpe al identificar a la persona frente a ellos, ella le sonrió con dulzura, inconsciente del terrible efecto que tal acción produciría, el trío —sonrojado hasta las orejas— comenzó a moverse hacia todos lados, agitando con desesperación los brazos sin saber qué hacer. La pelicastaña de 19 años, parpadeó confundida ante semejante espectáculo que Bram ofrecía.

Próximamente...Segunda Parte...

No hay comentarios.:

Publicar un comentario