Segunda
opinión.
Dedicado a Cloud_KFantasma.
Espero que esté bien, a dónde quiera que se haya ido.
(Relato alguna vez publicado en alguna edición de la Revista Zona Fantasma que no pretendo recordar)
—Tan...cruel
—sollozó frente al computador, con las pupilas acuosas y dilatadas, en las
comisuras de sus ojos las lágrimas amenazaban por caer y con un puchero en sus
labios, ofrecía una expresión que conmovería cualquiera.
Sí, a
cualquiera, a cualquiera menos a la persona causante de semejante tristeza.
Abraham, o "Bram" —apodado así por Liz— era un chico de trece años,
con el firme deseo de seguir los pasos de la persona que más admiraba:
convertirse en un reconocido escritor. Cosa que se le estaba dificultando, pues
al parecer, seguir ese camino no parecía tan fácil, sobre todo considerando las
constantes críticas negativas que recibía cada vez que enviaba sus historias a
alguna revista.
—¡¿Otra
vez?! ¡¿Cuántas van con ésta?!... ¡¿26 mil?! —exclamó una vocecita furiosa.
—¡No
seas exagerado! —le reprochó una segunda vocecita—. ¡Apenas es la sexta! —En
una espléndida imitación del genio saliendo de una lámpara mágica, dos pequeñas
figurillas aparecieron. Cada una se colocó en su respectivo hombro. El
pre-adolescente ni se inmutó, ya estaba acostumbrado a ello. Las pequeñas
criaturas eran idénticas al chico, en una especie de versión miniatura de él.
El ser ubicado en el hombro derecho, tenía una expresión tranquila y mirada
noble; el ser del hombro izquierdo, al contrario del otro, mantenía una
expresión de enojo y en su mirada irradiaba malicia.
Como
era de esperar, venían dispuestos a levantarle el ánimo y eso significaba una
sola cosa: Problemas.
—No
te preocupes Bram, un colega mío es la conciencia de un terrorista —De forma
inesperada, uno de los pequeños desplegó un plano sobre el teclado,
sorprendiendo a Bram y al otro pequeño que estaba en el hombro derecho.
El
chico y el segundo ente, cuestionaron al mismo tiempo:
—¡¿Qué
es eso?! —Ignorándolos a ambos, el diminuto personaje prosiguió.
—Igualmente
conozco a un buen hacker, de seguro él puede localizar al idiota que tuvo la
osadía de criticar tu historia —acarició sus manos con una macabra expresión,
luego, señaló un punto rojo en el plano—. Un par de bombas en su casa y, ¡no
quedará ni rastro de esa basura! —tras esta declaración, el compacto y malvado
ser comenzó a reír al más puro estilo de un villano de televisión.
—¡Con
violencia no resuelves nada, desalmado! —le gritó el pigmeo del hombro diestro.
—Cierto
—se mostró de acuerdo—, pero ¿sabes qué?
—¿Qué?
—Me
haría sentir mucho mejor —respondió con cinismo, mostrando una escalofriante
sonrisa— y también a Bram, ¿no es cierto? —lo jaló insistentemente de sus
ropas, demandando atención, cambiando la expresión de su rostro, normalmente
maliciosa, a una —convenientemente— mucho más suave y tierna.
—...¿Eh? pues yo... —vaciló ante esa
"inocente" cara. De nueva cuenta, su concupiscible conciencia lo
tentaba de formas que lo hacían débil cuando debía ser firme y resistente—, tal
vez —musitó, nervioso.
—¡Bram!
—le reprendió el angelical pequeñín, logrando que este último, muy avergonzado,
inclinara la cabeza. Afortunadamente su “otro yo” noble le hacía ver su error
y, como siempre, él aceptaba la culpa. Solo había un lugar donde su inmoral y lujurioso “yo” sacaba esas
ideas tan disparatadas: Su propia mente. Al fin y al cabo de ahí provenían sus
dos "Conciencias".
—¡Que
Chaos tenga piedad de tus deshonestos y pecaminosos actos! ¡Corrompedor de
almas!
—¡Ese
es mi trabajo idiota! —refutó. Sacó la lengua y volteó el rostro en dirección
opuesta a su gemelo.
—No
tienes remedio —negó la cabeza con resignación.
—No
le hagas caso Bram, debes tomar las críticas de buena manera, la persona que lo
escribió, lo hace con el único afán de que ayudarte, ¡alégrate!, ¡se tomó
tantas molestias para señalarte en que debes mejorar! —trató de animarle,
mientras el chico seguía deprimido.
—Pero...
es tan cruel —comentó, entristecido. Su mirada se perdió entre los tablones de
madera que cubrían la pared. Aquella crítica era incluso más filosa que las de
su padre.
La
impresora comenzó a moverse, rompiendo el silencio que se había formado en el
estudio.
—¿Qué
haces Bram? —preguntaron en coro las conciencias del chico.
La
impresora terminó de imprimir, a continuación Bram, tomó la hoja y la levantó,
se dispuso a leer con cuidado todas y cada una de las observaciones hacia su
historia.
—Tal
vez tengas razón... tal vez sólo debo aceptar la crítica —murmuró, un poco
decaído.
—¡Protesto
su señoría! —replicó la conciencia malvada, totalmente en desacuerdo.
—No
estamos en un juzgado —le calló la benévola conciencia. El chico hizo un largo
suspiro de resignación.
—A
este paso, nunca seré como esa persona —sollozó, por segunda ocasión.
—¿Cómo
quien...? —interrumpió una dulce voz.
Bram,
junto con sus conciencias, abrieron los ojos de golpe al identificar a la
persona frente a ellos, ella le sonrió con dulzura, inconsciente del terrible
efecto que tal acción produciría, el trío —sonrojado hasta las orejas— comenzó
a moverse hacia todos lados, agitando con desesperación los brazos sin saber
qué hacer. La pelicastaña de 19 años, parpadeó confundida ante semejante
espectáculo que Bram ofrecía.
Próximamente...Segunda Parte...
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