martes, 15 de diciembre de 2015

Origen y Caos, relato.

No hace mucho, Zona Fantasma en su página de Facebook solía hacer "Sábado de Micro-relatos" que en sus últimas entregas fueron casi diarios, hasta la extinción de dicha dinámica (y la Revista en general). Me ahorro los comentarios. Algunos de mis cuentos favoritos venían de "Ermitaño Encubierto" quién escribió un micro (podría decirse que el último que escribió para el sitio) con una serie de palabras. Y he aquí un semi-homenaje a ese relato.


Origen y Caos.

Propiedad de Zona Fantasma, salvo la imagen, que es de Pixiv.com.

Reposando en aquel viscoso líquido la oscuridad y el absoluto silencio le recordaron al interior del vientre materno. En ella se encontraba dibujada la auténtica nada. El origen y el caos.

Siendo prisionero de aquella cárcel de eternidad, el tiempo se percibía inconsecuente, paradójico y relativo. Por las últimas ―quizá― diez horas estuvo absorbiendo los nutrientes para su anhídrido cuerpo, y en ese lapso, sintió leves punzadas en el occipucio, ocasionándole severas migrañas. Eso era algo nuevo. Se había acostumbrado a los vagos pensamientos y delirantes sueños debido a la ausencia de luz. Pero no había sentido dolor en mucho tiempo, y eso le estaba haciendo mella en su ya desequilibrada conciencia. Incluso sin habla, su voz retumbó con furia dentro sí.

Sin lograr mantener su mente en blanco, el frenesí furioso de percepciones y vivencias dio comienzo. Impresiones visuales a gran escala se proyectaron cuales cintas de vídeo caseras. Animaciones que, por su constante repetición, databan de hace miles de años: Reminiscencias de su vida o la de alguien más.

El vivaz blues sonando por el radio a media noche muy cerca de su oído, acompañado del rocío en el pasto que moja sus mejillas, a la espera del alba. 

El tenue resplandor crepuscular cubriendo su cuerpo, tras la sombra de unos pinos; para luego contemplar campos silvestres abiertos, chozas viejas y carretas en medio de la niebla que rodea el camino por las mañanas al viajar en autobús hacia la universidad. 

La calidez húmeda de un beso y el sabor de la cafeína impregnado en esos labios que deja una amarga despedida. 

El encanto en los tonos sepias del atardecer. 

De haber sabido, habría vivido más, habría atesorado esos momentos. Pronto los olvidaría, y volvería a recordarlos después, sucesivamente.



Tras despertar, caviló sobre su existencia y su origen, siendo inútil puesto que no podía recordar nada; con visión borrosa advirtió la llegada de una mujer de blanco parada en la entrada de la habitación, observándole. En segundos sintió la pesadez en sus párpados y vio a la mujer inyectar una dosis a la intravenosa, cerró los ojos y reconoció el lugar al bañarse en espeso líquido y la sensación de vacío.