viernes, 22 de abril de 2016

Chernóbil: Crónica de una noche que antecedió al fin del mundo.

Oh, los "Trabajos finales", todo estudiante, (universitarios en especial) tiembla ante estas palabras. Cuánto estrés, angustia y cansancio resulta invertir tiempo y esfuerzo en estos mini proyectos a corto plazo que decidirán nuestro rumbo a seis meses a futuro, o cuatro, como es mi caso.

Yo, soy fanática de este tópico, no les miento. Puedo pasar horas y horas hablando con mi hermana sobre el asunto, apreciando a esta ciudad futurista atrapada en el tiempo y la radiactividad. Mi fondo de pantalla animado y de bloqueo son de Pripyat y la Noria, respectivamente. Los amo.

Para Redacción Periodística, opté por un cartón periodístico y una crónica. Aprovechando "El Mes de Chernóbil" y, cualquier excusa para escribir en general, opté por conmemorar el 30th aniversario del desastre.

Chernóbil: Crónica de una noche que antecedió al fin del mundo.


Este próximo martes, 26 de abril, se cumplen treinta años exactos desde la hecatombe nuclear más grande de la historia hasta el momento: el desastre nuclear de Chernóbil, Ucrania, en 1986. El accidente, en su momento fue calificado nivel 7 (accidente nuclear grave) el valor más alto. En la Escala Internacional de Sucesos Nucleares (Escala INES) del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA). Se trata del nivel más alto posible, es decir, el accidente con las peores consecuencias ambientales, no solo medio continente Europeo, sino gran parte del mundo. Que, en pleno 2016, se mantienen las secuelas del incidente, presentes en su los restos de sus ciudades fantasmas.

 Mismo nivel en el que se clasificó el accidente nuclear de Fukushima, Japón, sin embargo, las consecuencias del accidente de Chernóbil a corto y sobre todo a largo plazo han sido mucho peores.

El accidente se produjo, como se ha dicho antes, la madrugada del 26 de abril de 1986, cuando explotó el reactor número 4, situado a solo 120 kilómetros de la capital de Ucrania - Kiev, cerca de la frontera con Bielorrusia.

Cronología del desastre.
A la una de la madrugada del 25 al 26 de abril de 1986 en el cuarto reactor de la planta nuclear (un reactor del tipo que los soviéticos llaman RMBK-1000,  refrigerado por agua y moderado por grafito). Los ingenieros de la planta iniciaron una prueba programada para el día 25 de abril bajo la dirección de las oficinas centrales de Moscú. La cual buscaba probar que el sistema podría autosustentarse en caso de una crisis, el experimento debería haber probado la gama inercial de la unidad turbo-generadora el sobrecalentamiento del combustible causó la destrucción de la superficie del generador.

En caso de una avería, las bombas refrigerantes de emergencia requerían de un mínimo de potencia para seguir funcionando (hasta que se arrancaran los generadores a base de diésel) y los técnicos de la planta desconocían si la turbina del reactor podría mantener las bombas funcionando. Dicha prueba debía realizarse sin detener la reacción en cadena en el reactor nuclear para evitar un fenómeno conocido como “envenenamiento por xenón” (un gas muy absorbente de neutrones, necesarios para mantener las reacciones de fisión nuclear en cadena).

Hacia las 23 horas se habían ajustado los monitores a los niveles más bajos de potencia. Pero el operador se olvidó de reprogramar el ordenador para que se mantuviera la potencia térmica y, por este motivo, la potencia descendió considerablemente. Con un nivel tan bajo, los sistemas automáticos pueden detener el reactor debido a su peligrosidad y por esta razón los operadores desconectaron el sistema que regulaba la potencia, el sistema de emergencia refrigerante del núcleo del reactor y otros sistemas de protección.

Comienza el envenenamiento por xenón. Al darse cuenta, se extrajeron las barras de control con el fin de evitarlo, intentaron aumentar la potencia del reactor nuclear. Los operadores retiraron manualmente demasiadas barras de control. El núcleo del reactor disponía de ciento setenta barras de control. Las reglas de seguridad de la planta exigían que hubiera siempre un mínimo de 30 barras y en esta ocasión dejaron solamente ocho activas.

Los sistemas de seguridad de la planta quedaron inutilizados y ya se habían extraído casi todas las barras de control, por lo que el reactor de la central quedó en condiciones inestables y sin poder operar bien, era extremadamente inseguro. En ese momento, hubo brusco incremento de potencia que los operadores no detectaron a tiempo.

Cuando quisieron retirar las barras de control restantes utilizando un botón de emergencia, estas no respondieron. A esas alturas las barras se deformaron por el calor y las desconectaron para permitirles caer por gravedad.

Finalmente, el combustible nuclear se desintegró y salió en forma de vapor, entrando en contacto con el agua empleada para refrigerar el núcleo del reactor. A la una y veintitrés minutos, se produjo una gran explosión química, el vapor liberado destruyó el techo de hormigón del reactor, que pesaba 1200 toneladas, unos cinco segundos después, una segunda explosión hizo volar por los aires los restos de la losa del reactor y las paredes de hormigón de la sala del reactor, lanzando fragmentos de grafito y combustible nuclear fuera de la central, ascendiendo el polvo radiactivo por la atmósfera, como si fuera una bomba atómica. Según los testigos la primera explosión tuvo un brillo rojo y la otra azul celeste, después de esta se pudo observar la nube de hongo atómico encima de la nuclear.

Dicho polvo radiactivo se dispersó por los alrededores. La cantidad de material radiactivo liberado fue doscientas veces superior al de las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki al final de la Segunda Guerra Mundial.

La reacción fue casi inmediata: El departamento especial contra incendios de la planta nuclear, junto con los bomberos de la cercana ciudad de Chernóbil, apagaron el primer fuego en las tres horas que siguieron a la explosión. Sin embargo, en el fondo del reactor, el grafito seguía ardiendo.

El accidente nuclear dio lugar a un segundo incendio, condicionado por la energía térmica acumulada por el grafito, dado a la dispersión atmosférica de muchos residuos: la central ardió hasta el 9 de mayo. Este incendio potenció la dispersión de los productos radiactivos por las zonas aledañas y dejó el reactor en ruinas.

Los bomberos desconocían la causa del incendio y, por ello, se limitaron a verter agua en las ruinas del reactor. Esto no lo solucionó y pequeñas explosiones se desataron, y la propia contaminación radiactiva aguda. Por esto, tratando de evitar la propagación radiactiva en el medio ambiente, se llenó el reactor con toneladas de ciertos minerales: boro, dolomita, arena, arcilla y compuesto de plomo -lanzados desde un helicóptero que volaba sobre el reactor-. Estos materiales extinguieron el cuasi eterno incendio del grafito y absorbieron una pequeña parte del material. Dos semanas después, los organismos oficiales soviéticos desplegaron sobre el bloque entero que había colapsado en la planta nuclear un sarcófago especial con su propio sistema de refrigeración.

De los productos radiactivos liberados la mayoría eran especialmente peligrosos el yodo-131 (cuyo período de semi desintegración es de 8,04 días) y el cesio-137 (con un período de semi desintegración de unos 30 años), la mitad de este material nocivo era contenida en el reactor nuclear. Todo el gas xenón fue expulsado al exterior del reactor. Estos productos se depositaron en el aire, y se dispersó con las lluvias durante esos días. Los elementos y sustancias más pesados se encontraron en un radio de 110 km, y los más ligeros e incluso los gaseosos alcanzaron grandes distancias, llegando incluso a extenderse por toda Europa. Así, además del impacto inmediato las zonas pobladas en Ucrania y Bielorrusia, la contaminación radiactiva se extendió a zonas de la parte europea de la antigua Unión Soviética, alcanzando a Estados Unidos y Japón.

A pesar del grave accidente nuclear del reactor nuclear 4 de Chernóbil, debido a la crisis del  estado, la negligencia de la Unión Soviética y la gran necesidad energética los reactores 1, 2 y 3 siguieron en marcha. No obstante, la central fue en declive en los años siguientes:

Más tarde, en 1991 se incendió una tur bina del reactor nuclear número 2. Se consideró repararla utilizando una de las turbinas del reactor 4 que no resultaron dañadas en el previo accidente del 26 de Abril. Esto no se sucedió, dado a las presiones y la evidente decaída de la Unión  Soviética, la situación política junto con la presión popular causó el cierre definitivo del reactor 2. Posteriormente, el reactor 1 dejó de funcionar el 31 de noviembre de 1996, a causa de las graves deficiencias en el sistema de refrigeración que, irónicamente, originó un incidente nuclear que (afortunadamente) fue clasificado en nivel 3 en la Escala INES.

El restante reactor nuclear número 3 sufrió daños durante varios incendios posteriores y su estructura estaba afectada por la corrosión que nunca fue tratada con la debida prontitud que se estimaba. Finalmente, y tras mucha discusión y prolongadas negociaciones con el gobierno ucraniano, donde se hizo evidente la influencia de la opinión que la comunidad internacional mantenía, se hizo un estipulado para la financiación de los costes que causaría el cierre definitivo de la central. El tercer reactor nuclear de Chernóbil fue cerrado varios años después ante la evidente disolución de la Unión Soviética, el día 15 de diciembre de 2000.

A treinta años del suceso ¿qué hemos aprendido?...
Si tomamos en cuenta la descarada falta de memoria durante el incidente Fukushima, Japón, muy poco. Y aunque el accidente se originó por un claro error humano, que pretendía solucionar los futuros errores humanos en una mera intención preventiva, se deben tener en cuenta los factores sociales, la perspectiva y, obviamente, el contexto político de la Unión Soviética en aquel momento.

 Los humanos somos capaces de convertirnos en los seres más dañinos del planeta. Antiguamente las tierras de Chernóbil estaban plagados por bosques pantanosos, con una inmensa flora y fauna, habitados por castores, ciervos, lobos y otros animales. Durante el gobierno de Stalin, se talaron los bosques, se drenaron los humedales y se construyeron ciudades para los campesinos y para instalar a los trabajadores de la planta y, por ende, a sus familias.

Es realmente triste considerando el increíble potencial de Chernóbil y Pripyat, ambas eran las ciudades del futuro, estaban adelantadas a su época: la orgullosa imagen de la URSS ante el mundo. La cumbre de modernidad traída a esa central nuclear fue todo un símbolo del esplendor científico y tecnológico de la URSS que demostraba el argumento central del mismo por sobre la postura capitalista de sus puntuales rivales: Estados Unidos.

Aquella catástrofe sin precedentes obligó a miles de personas quienes vivían en Pripyat y a quienes se encontraban a treinta kilómetros a la redonda abandonar la zona. Ante lo peligroso, ante lo mortal, ante lo amenazante para la vida.

Treinta años después, Chernóbil y Pripyat son portales en el tiempo. Sumidos en estático silencio como los testigos perpetuos, retratan una época de esplendor hoy muerta, se hallan atrapados entre la radiactividad, siendo erosionados por un lento mutismo que calla los horrores por los que se vio revestido hace tres décadas, dominado por una implacable naturaleza, quien ha reclamado su derecho y se ha dado a la tarea de repoblar la zona y pretender devolverles al menos un poco de lo que le hemos quitado; reverdecido de una versión amorfa y carmesí de sus antiguos bosques, invitando a la fauna salvaje retornar a su hogar, un hogar de antaño que es probable no vuelva a ser como antes nunca más.

Treinta años sin humanos y la vida muestra signos de querer resurgir de las cenizas del reactor, quiere abrirse camino, sin la intención de mover las cosas en su sitio, sin importarles la hierba tóxica, el agua contaminada, ni los bosques radiactivos, vecinos mutantes y extraños invasores.

Fue tan obvia la falta de una estructura social democrática, la URSS brilló por su ausencia, la carencia de un control y la plena ignorancia para con la sociedad sobre la operación de las centrales nucleares y de una “cultura de seguridad”. Tal vez, el temor de los operadores a no cumplir las exigentes instrucciones de Moscú, les llevó a desmontar los sistemas de seguridad esenciales para el control del reactor.

La pretensión por callar, ocultar bajo un sarcófago, es una quizá la metáfora más literal hacia la actitud del gobierno en ese momento. Vidas humanas antepuestas por la frágil imagen de la URSS ante Estados Unidos.

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